por Enrique M. Martínez
El sistema educativo de una comunidad se generó y estructuró alrededor de metas que otorgaron argamasa a ese conglomerado.
En sus orígenes, brindó formas básicas de comunicarse; de desarrollar el pensamiento abstracto; de vincularse con la historia personal y colectiva, con la naturaleza, con el arte. Se socializó así a las generaciones que fueron llegando.
El desarrollo capitalista puso en tensión al concepto, porque la división de trabajo rápidamente superó los mecanismos de transmisión oral intrafamiliar o de aprendices de oficios, para demandar formaciones sistemáticas y cada vez segmentadas por función, dentro de cadenas de valor que se fueron haciendo más densas de generación en generación.
Así nació y se diseminó la educación comercial, industrial, agrícola, con derivaciones que acompañaron a la progresiva especialización.
A partir de la evolución de estructuras productivas de este calibre, donde las innovaciones tecnológicas fueron a la vez un motor del crecimiento y de nuevas demandas de educación, se produjo un escenario que necesita balancear ofertas y demandas de capacidades laborales de modo dinámico y con resultados con frecuencia frustrantes para los capacitandos, porque la oferta excede la demanda del atributo cultivado.
Ese problema, intrínseco de la estructura productiva capitalista, ha fortalecido alternativas tales como los Centros de Formación Profesional, donde los jóvenes tienen la posibilidad de adquirir experticias nuevas o complementarias de las que ya disponen, en paralelo a desempeñarse en ocupaciones que consideren transitorias.
O los períodos de capacitación en fábrica, en que se incorpora a un emprendimiento jóvenes con experticias incompletas, a las que se agregan otros componentes.
En todo caso, los perfiles de capacitación para el trabajo de las y los jóvenes que egresan del sistema educativo, son cada vez más influenciados por las formas que va asumiendo la demanda de los emprendedores o dicho en términos más concretos, las formas que va asumiendo la estructura de producción y comercialización de bienes y servicios que se hace dominante, al ser la más exitosa en términos de rentabilidad.
El inevitable desajuste entre oferta y demanda es claramente un problema.
Sin embargo, hay otro problema de mayor dimensión, que ni siquiera es considerado en las evaluaciones del sistema. Todo lo antedicho pone en un lugar central a las iniciativas de los capitalistas, especialmente de los ganadores en la economía de mercado. O sea: Si hay inversiones previstas o en curso, hay demanda de trabajadores con determinadas especialidades, egresados de todos los niveles del sistema educativo.
¿Y donde queda el interés comunitario? ¿El cuidado y la promoción de la calidad de vida general? Buscar estas metas de manera directa, ¿no requiere acaso tareas con determinadas experticias, que pueden coincidir o no con las solicitadas por la economía de mercado?
Se podría decir que nunca nos hemos formulado estas preguntas.
UNA MIRADA MÁS FRESCA Y MÁS AMPLIA
Si ahora esbozamos al menos una introducción al tema, comenzaremos a explorar una área fascinante del tejido social, que piensa en atender las necesidades individuales y colectivas, a través de lo que llamamos producción social. No se trata de poner el mundo al revés ni de generar traumáticos cambios presentes o futuros.
Se trata de pensar y construir desde los individuos y desde su entorno físico y social y no desde la búsqueda del lucro.
¿Cuál es la diferencia en el plano educativo?
Significa pensar al egresado del sistema como un individuo capacitado para analizar el agregado de valor a elementos de su entorno, tanto material como social, con el objeto de mejorar el presente y el futuro de todos los involucrados. Se participa del mercado para alcanzar los fines deseados, pero como medio y no como fin último. Esto tiene una entidad diferente y superior a pensar al egresado sólo como un futuro trabajador en relación de dependencia.
Una mirada de esta naturaleza le permitirá descubrir a los jóvenes caminos para agregar valor a escala pequeña para materias primas agropecuarias hoy descartadas o sub apreciadas; para iniciar nuevas actividades productivas o de servicios rurales o urbanas; para entender y protagonizar el reciclado de diversos materiales; para mejorar la atención de sectores sociales desguarnecidos; para completar eslabones faltantes en los servicios de salud o educación; para mejorar la producción doméstica de energía.
En síntesis: Para intervenir en flancos de la vida cotidiana que no están a cargo de la estructura tradicional, ni parecen ser de su interés, a pesar de tener importancia social.
Sumarán así la posibilidad de ser emprendedores sociales, a la ya conocida alternativa de ser empleados.
Esta mutación, que no confrontaría con el presente, sino que lo enriquecería, requiere un trabajo de campo seguramente mayor que la educación tradicional, ya que es necesario conocer y procesar problemas sentidos por los educandos, más que por el contexto docente y curricular. Es complejo, pero se reitera: es apasionante.
De eso se trata. De recorrer primero senderos experimentales, que luego vayan dando forma a componentes curriculares de diversa magnitud para preparar a los jóvenes a encarar un mundo en que su iniciativa cobra importancia, con jerarquía comparable a la de un inversor capitalista o un Estado activo o una gran o pequeña corporación que renueva su plantel de trabajadores.
4.2.25