Roque Naranjo
En 2005 surge en Argentina el Partido Político Compromiso para el Cambio, que tiene como antecedente el Frente Compromiso para el Cambio, una alianza limitada al distrito electoral de la Capital Federal formada en junio de 2003, integrada por los partidos Justicialista, Federal, Autonomista, Demócrata, Acción por la República y Demócrata Progresista, que sostuvo la candidatura de Mauricio Macri para Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Fue reconocido legalmente en 2005 con el nombre de Compromiso para el Cambio, que luego cambió su nombre en 2008 a Propuesta Republicana y finalmente a Partido para una República con Oportunidades (PRO). En 2015 conformó la alianza Cambiemos con la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica con la que ganó las elecciones presidenciales de ese año, y desde 2019 hasta 2023 formó parte de la alianza Juntos por el Cambio para las elecciones presidenciales de ese año, conformando la coalición junto a sectores del Peronismo Federal.
No hay que ser un experto en Semiología para detectar la expresión Cambio en todo este derrotero de la nueva versión de los sectores conservadores.
Yo no soy un experto en las nuevas tecnologías digitales, particularmente de las últimas versiones de la Inteligencia Artificial, pero leí algunos trabajos de científicos que investigan y/o trabajan vinculados con estos desarrollos tecnológicos y me surgen algunas asociaciones, reflexiones e interpretaciones.
Por ejemplo, la Investigadora argentina Flavia Costa, en su libro Tecnoceno (2021), señala que un rasgo esencial del tratamiento de datos producidos involuntariamente por todos nosotros, que se denomina “minería de datos” (“knowledge discovery in databases” o KDD), caracterizada por su capacidad para adaptar las técnicas matemáticas tradicionales en base a contar con un inmenso volumen de datos (big data, miles de muchos miles de millones) que se caracterizan por su gran versatilidad y heterogeneidad, procesados por máquinas con softwares que tratan esos datos muy heterogéneos a una velocidad que supera nuestra imaginación. La metodología utilizada utiliza datos cuantitativos sobre los cualitativos; usa métodos probabilísticos y no otros; usa modelos predictivos y no explicativos. A esta nueva estadística algorítmica no le interesa rastrear al “individuo medio” sino captar la “realidad social”, a la que categoriza en patrones en búsqueda de tendencias importantes según los objetivos previstos. Dado la grandísima cantidad de datos que maneja esta estadística algorítmica logra disminuir a niveles mínimos los errores que puedan surgir, permitiéndoles anticipar, predecir e inducir comportamientos de individuos o grupos remitiéndolos a perfiles delineados sobre la base de las correlaciones surgidas.
Al conocer así sea superficialmente cómo funcionan estas nuevas tecnologías administradas por las nuevas corporaciones tecnológicas comencé a comprender la novedosa y sutil manipulación a que estamos sometidos. Yo creo que de esta manera detectaron, entre otras cuestiones seguramente, que la población tenía la necesidad y el deseo de que surgiera un cambio, sin tener claro qué tipo de cambio ansiaba, quién lo podía producir, de qué manera se lograría, qué beneficios obtendría quién.
Esta misma Inteligencia Artificial, según explica Flavia Costa en su libro, puede desarrollar una metodología para manipular a los individuos que conforman la población tratada de manera que sus sentimientos, sus forman de pensar, sus conductas, comiencen a inclinarse, a asociarse, con quienes proclaman ese cambio, sin necesidad que expliciten en qué consiste, cómo se lograría, que beneficios surgirían y para quienes. Lo que más me sorprende es que esta manipulación no pretende imponerles algo sino que su trabajo consiste en que los miembros de esa población vayan generando, como si fuera propia, una manera de sentir, de pensar, de actuar, coincidente con quienes impulsan estas cuestiones. Y, aunque dudé, no creo que mi interpretación sea fruto de una paranoia.
De esta manera creo yo que Macri logró ganar las elecciones de 2015, lo cual ya se dijo, al igual que Trump en 2016 y Bolsonaro en 2019. El fracaso de Macri para obtener resultados satisfactorios para la población le produjo la derrota de 2019, y la propuesta del kirchnerismo, con recuerdos bastante frescos todavía en parte de la población, le dio otra oportunidad. Lamentablemente ocurrieron cosas inesperadas (la pandemia la más evidente), se cometieron errores y la gestión no produjo algo que satisfaciera ese deseo de cambio.
Y surgió algo que, no sólo fue inesperado sino inimaginable: un personaje que también propuso a su manera un cambio, aunque cualitativamente diferente y novedoso, prometiendo la destrucción del Estado y el aniquilamiento de la “casta política” que decía era la única favorecida y culpable de nuestra miseria. La memoria ya no estaba fresca para aquellos que se beneficiaron de lo que el kirchnerismo llama “los años gloriosos”; muchos jóvenes –algunos muy humildes- se sintieron atraídos por lo provocativo de la propuesta, y además creo que la Inteligencia Artificial volvió a operar, esta vez a través de las redes sociales (a veces espontáneamente y otras ejercidas por una tropa de trolls pagos). No se puede ignorar la tarea no inocente proveniente del mundo internacional (previo endeudamiento exorbitante, entre otros) y las nuevas formas de hacer política basada en las fakes news, los escándalos inventados, la persecución judicial y muchos más, sin olvidar las “contribuciones” –voluntarias o no- de quienes dicen pertenecer a nuestro campo .
De todo lo descripto anteriormente me interesa centrarme en ese aspecto de nuestra población que no supimos detectar y encarar con firmeza, con convicción: la necesidad y el deseo de cambio de nuestra población. Deberíamos haber detectado el sentir de nuestro pueblo, la necesidad de actualizar nuestra doctrina manteniendo los principios, nuestras Tres Consignas. Yo creo que debemos reflexionar con sinceridad sobre ese Estado y las Instituciones que lo conforman para no volver esquemáticamente a ellas proponiendo más de lo mismo.
Hay muchos privilegiados: altos funcionarios estatales y allegados, sindicalistas, empresarios que dicen ser nacionales, congresistas y hasta algunos que se presentan como “líderes populares”. Y nuestro pueblo lo sabe.
Hay Instituciones que hemos impulsado desde el peronismo que no se adecuan a la realidad de hoy, como la CGT (la “columna vertebral” del movimiento obrero en el sentir de Perón), que sólo representan a quienes están registrados dejando fuera un 40% de trabajadores “informales”, es decir, sin ninguno de los beneficios sociales por los que el peronismo siempre luchó y logró imponer. También hay otras cuestiones que atraen a estos dirigentes y que no están directamente asociadas con las necesidades de los trabajadores sino, pareciera, a sus propios intereses. Y nuestro pueblo lo sabe.
La incorporación de nuevas tecnologías requiere una modernización de las Leyes Laborales que no supongan una quita de Derechos sino de la conquista de otros, acordes a estos cambios. Esta nueva realidad de las actividades requiere que los trabajadores tengan mayor capacitación, que para muchos es una meta inalcanzable de manera individual. Además pareciera que nos conformamos con que se logren nuevos puestos de trabajo, pero no podemos hacer que se reconozca la participación en los beneficios derivados del incremento de productividad de las nuevas tecnologías. Las formas de lucha también deben ser replanteadas no sólo como defensa sino como manifestación de los objetivos que se pretende alcanzar: deberíamos inventar nuevas modalidades que complementen y/o remplacen los viejos mecanismos como las huelgas y las marchas a la Plaza. Y nuestro pueblo lo necesita.
Hay también que innovar en la comunicación y la difusión de nuestras propuestas y nuestras acciones. Perón a fines de los años ’40 innovó la práctica política utilizando la radio para comunicarse con su pueblo, lo complementaba con sus discursos desde el balcón de La Rosada y si no había plata proponía “con tiza y con carbón”. Hoy AMLO en México tiene todos los días un espacio radial para conversar con su pueblo, lo cual se podría imitar a todo nivel dirigencial. Y nuestro pueblo lo necesita.
La macroeconomía, la microeconomía, las relaciones internacionales, son vitales para poder alcanzar lo que nos proponemos, pero sin la presencia del pueblo no será posible lograrlo, por lo cual hay que transformarlo haciendo que cada simpatizante se transforme en un cuadro militante no tanto como funcionario o sindicalista sino actuando en ámbitos cotidianos: la panadería, la verdulería, el ómnibus, etc. Para institucionalizar verdaderos y profundos cambios necesitamos en este Sistema Social tener mayoría de representantes –comprometidos y fieles- en todos los niveles, aunque nos acusen de ser una “dictadura de las mayorías” (y tendremos que aprender a también representar a las minorías no elitistas). Y nuestro pueblo lo desea.
Para lograr esto hay que trabajar en todos los frentes, pero se necesita una conducción estratégica y cuadros responsables a diferentes niveles operativos. Perón decía que era importante tener eruditos, pero era imprescindible tener apóstoles. Conozco algunas experiencia que se están realizando, no sé si en forma generalizada y orgánica. Creo que habría que lograr que se extendiesen por toda nuestra Patria. Y nuestro pueblo lo necesita y lo desea.
El planteo de Roque es lo más parecido a lo que podríamos llamar la voz del pueblo.
Para que no se convierta en grito angustiado o en un murmullo incomprensible o en caos destructivo, es imprescindible admitir que se necesitan todos los cambio reclamados y seguramente todos los colaterales agregables, pero no concebidos y formulados como un catecismo que bajó del cielo, sino trabajados desde los que necesitan junto con los que pueden y deben aportar.
El deber ser está cada día un poco más claro.
Me acaba de llegar este comunicado de los Concejales rosarinos de Ciudad Futura, que supongo los tendrán identificados. Con mucha mayor precisión y fundamentos que mi escrito, expresa el mismo sentimiento que traté de transmitir y lo están llevando a la práctica en su ciudad. No sólo tienen claro lo que debe ser sino que lo están comenzando a hacer.
“La peor derrota de un revolucionario es la derrota moral. Puedes perder elecciones, puedes perder militarmente, puedes perder incluso la vida, pero sigue en pie tu principio y tu credibilidad. Cuando pierdes la moral, ya no te levantas, va a ser otra generación, va a ser otro líder el que va a poder levantarse”.
Álvaro García Linera
El año pasado no solo tuvimos una derrota electoral, sino también una derrota política. Por las cosas que estaban en juego, por el llamado a defender “la democracia” en abstracto, por el veredicto del pueblo, por el Presidente que finalmente tenemos. Desde aquel momento insistimos en que la Argentina no se fue a dormir progresista y se despertó libertaria; que lo que se viene cultivando es una profunda crisis de representación política y no un súbito proceso de derechización de la sociedad; que lo que hay que cambiar es la política y no echarle la culpa siempre a la gente, que no se volvió de derecha sino que está cansada de vivir tan mal.
La noticia de que el presidente, por el que votamos con distintos grados de convencimiento y participación que ahora no vienen al caso, ejercía violencia física y psicológica contra su pareja es una tragedia de proporciones. Y así hay que exponerla, y debatirla. No buscar excusas, no pasar a otra cosa rápidamente. Este hecho agrega el último componente de la derrota que se arrastra y la convierte en irreversible: la derrota moral. De una derrota electoral podés recuperarte rápidamente, en el próximo turno, ajustando alianzas, propuestas, discursos y cuestiones tácticas. De una derrota política, quizá en 10 años. Eso lleva más tiempo, requiere autocríticas profundas, cambios en rumbos estratégicos y mucho trabajo de fondo. Pero, como bien dice Linera, de una derrota moral no se sale, se recupera recién la próxima generación. Y eso es, justamente, lo que tenemos que hacer hoy. Acelerar el cambio generacional que ya era impostergable.
Cambio generacional que no implica simplemente retirar dirigentes, sino desterrar para siempre las prácticas totalmente naturalizadas que nos trajeron hasta acá. Es decir, encarar un profundo cambio de la cultura política. Que, transversal a toda ideología, es hegemónicamente verticalista, machista, porteña y clasista. Tenemos que cambiar la forma de cambiar. Y es urgente.
Es imposible hacer otra política con las mismas prácticas y con las mismas herramientas. En un juego de cartas marcadas, hay que crear cartas nuevas. Esto se agotó. Esto está absolutamente podrido. Esto no va más. Nos merecemos otras cosas y tenemos con qué.
Ese cambio puede y debe empezar por lo obvio: terminar con el machismo que estructura la política y que no solo perjudica a las mujeres, sino que constituye toda una cultura. Una cultura que, como dice Rita Segato, es una desigualdad que respalda y educa para todas las otras desigualdades. Romper las complicidades, los silencios y los pactos que sostienen todo tipo de violencias en las cuales se fundan muchas de las peores prácticas de la “real politik”. Al mismo tiempo retomar la consigna “lo personal es político” para recuperar cierta idea de la ejemplaridad. No hay más lugar para la exculpación por comparación. No más tiempo para los “ah … pero Macri”. No más “el otro también es corrupto”. No más “ellos son peores”. Eso ya lo sabemos, su maldad no nos hace buenos. Esos no son argumentos. Nosotros tenemos que ser como tenemos que ser, independientemente de cómo sean los otros. Nadie nos va a creer un mañana distinto que no seamos capaces de mostrar en nuestras prácticas hoy. Y eso va desde las cosas que proponemos hasta la forma en que vivimos. Desde con quién hacemos las cosas para que cambien las cosas, hasta cómo hacemos lo que hacemos. Desde el tipo de vínculos que establecemos entre los militantes hasta de dónde vienen los fondos de campaña. Nadie está libre de pecados. Porque a la larga, como dice el Pepe Mujica, o terminás viviendo como pensás o terminás pensando como vivís. Ser libres en la lucha por la libertad, ser iguales en la lucha por la igualdad y fraternos en la lucha por la fraternidad. Justos en la lucha por la justicia y honestos en la lucha por la verdad.
Construir lo nuevo no significa olvidar el pasado ni creer que la historia arranca con nuestra llegada. El desafío quizá resida en saber combinar lo mejor de la tradición con lo mejor de la innovación. Sabiendo que otros lucharon antes, sabiendo que “los derechos de hoy son las luchas de ayer”, pero también que “los sueños de hoy son los derechos de mañana”. Que para escribir las nuevas canciones hace falta cierta rebeldía que rompa con lo anterior, sino todavía seguiríamos tocando Beethoven y el mundo no avanzaría hacia nuevos horizontes. Ya lo dijo el Papa Francisco evocando a otro gran músico: “Algunos piensan que la tradición es un museo de cosas viejas, ¿no? A mí me gusta repetir aquello de Gustav Mahler: ‘La tradición es la salvaguarda del futuro y no la custodia de las cenizas”.
Por eso de esto no se sale con menos feminismo sino con más feminismo. No se sale con menos democracia sino con más democracia. Con más amor por la Patria no con menos. Se sale con más profundidad y audacia y no con más cálculo y asimilación.
Por último, hablamos de “campo crítico” así, “sin faccionalismos” diría Rita Segato, porque acá tenemos que entrar todas y todos. Aquellos que, independientemente del espacio en que participemos, del partido del que vengamos, queremos cambiar el mundo. Se equivoca el que piensa que esta crisis es la crisis de un partido en particular. La crisis de legitimidad arrasa, de manera diferenciada pero sin piedad, desde el Presidente de la Nación hasta el último concejal. Desde el sindicalista de derecha hasta el movimiento social de izquierda. La crisis es total. Agranda la brecha entre lo político y la gente, expone a la política como simulacro que sobregira los discursos y subejecuta las acciones, confirma la idea de que no se puede creer en nada ni en nadie y refuerza el cinismo de la época. Pero también así de grande es la oportunidad para crear lo nuevo.
Antonio Gramsci lo predijo y hoy lo estamos viviendo: “Entre lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no termina de morir aparecen los monstruos”. El cadáver de la vieja cultura política se pudre todos los días un poquito más. Dejemos de intentar resucitarlo. Esto ya no tiene arreglo. Tramitemos, como luego de un gran siniestro, la “destrucción total” y empecemos a pelear por nuestros sueños tal y como realmente los queremos y no como nos quisieron hacer creer que se podía. Con nuevos liderazgos y conducciones colectivas, construidas de abajo hacia arriba y de la periferia al centro.
“Dame un punto de coincidencia y haremos una Patria” decía Jauretche parafraseando a Arquímedes. Que este sea el inicio de una nueva etapa, nuestra generación está llamada a hacerse cargo del futuro. Hoy más que nunca sigamos creyendo y confiando en nuestras ideas. Hoy más que nunca, cuestionemos y transformemos nuestras prácticas. Porque, sin dudas, lo mejor todavía no pasó sino que está por venir. Depende de nosotros.
Concejales rosarinos de Ciudad Futura