
por Enrique M. Martínez
Las expectativas, o las esperanzas, que no son lo mismo pero se parecen, nacen, crecen y se consolidan por comparación.
¿Con qué compararon nuestros abuelos?
Probablemente con la vida de sus propios padres y del entorno del pueblo en que crecieron. Allí empezaron a intuir y luego entender las diferencias entre oportunidades y a relativizar el propio destino.
¿Con qué se compara hoy en día?
La globalización de las comunicaciones, que no sucedió de repente, pero que ahora llega a límites inimaginados hace apenas medio siglo, permite conocer cómo viven todos los pueblos. Los ricos y los pobres; los que están en guerra permanente; los que están de vuelta del capitalismo concentrado. Todos.
Lamentablemente, no contamos ni nosotros ni nuestros padres, con un marco de referencia ordenado que nos ayude a entender las diferencias, especialmente para ubicar progresivamente nuestro destino personal en alguno de los escenarios.
Allí comienza el caos.
Algunos nos remontamos a nuestra propia historia. Rescatamos las formas ancestrales de soñar y crear(nos).
Otros superponen su mirada del futuro con sus deseos de acceder a lo que imaginan mejores calidades de vida. En su entorno actual o donde sea que ese imaginario se encuentre.
Otros más agregan una voluntad transformadora de la condición actual de su terruño o de su país y toman como referencia el llamado “mundo central”.
Todas esas actitudes dan lugar a proyectos de vida dispares, lo cual no solo dispersa los resultados, sino que hace colisionar los diversos grupos, porque lo que habitualmente no se pone en el tablero es que no hay logros individuales asépticos.
Toda evolución personal o colectiva afecta positiva o negativamente a otras personas en la medida que los recursos, en cada momento, son acotados.
El desafío monumental que enfrenta cualquier gobierno es equilibrar esas tensiones. Todo gobierno, democrático o no, representa centralmente el interés de una fracción de la sociedad.
Si ese interés pasa por subyugar al resto, el conflicto será permanente y se puede prever el fracaso del proyecto, año más, año menos.
El profundo desafío del mundo actual, en cada país, es gobernar equilibrando las cargas y los beneficios, con toda la comunidad involucrada y sin que exista ninguna fracción con fuerza suficiente para configurar mayorías regresivas, así sean circunstanciales, en que el número se consiga con parte de la población engañada, que apoye quimeras que en realidad la perjudiquen.
No se debe confundir este marco de referencia con lo que habitualmente se llama socialdemocracia, en que el consenso se busca alrededor de los instrumentos formales de la democracia, creyendo que las elecciones celebradas con transparencia y con regularidad, son garantía de una vida futura mejor.
El punto no es garantizar el voto. Es garantizar una vinculación efectiva y concreta entre la aspiración que se expresa al votar y los logros posteriores. Y esto significa pasar de manera concreta y rotunda de la democracia delegativa ( que es el paradigma de la socialdemocracia) a la democracia participativa, en que existen mecanismos permanentes de seguimiento de la gestión pública; de iniciativas populares; de revocación de mandatos; de tratamiento públicos de conflictos de intereses entre fracciones sociales.
Crecer en la Argentina mirando como diversos referentes sociales dicen gozar del mundo de Miami – ciudad a la que el cambio climático paradojalmente está hundiendo un poco cada día -, es complicado.
La invitación a tomar por el atajo; la completa desaparición del análisis de las condiciones del desarrollo, sea personal o colectivo; no son episodios menores. Son formas planificadas o no de mantener a nuestros pueblos en condición neocolonial, navegando en un mar de incertidumbres y eternizando ese concepto que el clima nos salvará o nos enterrará.
Es la hora de redefinir de pies a cabeza la idea del Estado presente y llevarlo a asumir un objetivo central.
EL ESTADO PRESENTE ES AQUEL QUE DESARROLLA Y GARANTIZA EL FUNCIONAMIENTO DE UNA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA.
Estimado Martínez, acabo de leer “Las referencias” y “Las retenciones, ese monstruo grande” en Tres consignas, no casualmente distorsionados en https://bichosdecampo.com/un-intelectual-peronista-destroza-las-retenciones-y-propone-su-eliminacion-y-ahora-que-hacemos/
Cuando se habló de “enderezar lo que se torció” y “ordenar lo que se desordenó” me pareció nada coincidente con una propuesta peronista. Interpreté que se proponía volver a hacer las mismas cosas que antes, aunque corrigiendo los errores que se hubiesen cometido (pero que no se detallaban). Perón decía en “Conducción política” que lo importante era mantener los Principios (las tres consignas) pero que la Doctrina había que actualizarla constantemente a medida que el tiempo pasaba, los contextos locales e internacionales cambiaban, que las novedades exigían herramientas nuevas. Y, además, había que formar cuadros, pero no sólo para que fuesen funcionarios sino para que el pueblo defendiese cotidianamente las políticas que se proponían.
Creo que nada de esto se hizo con la intensidad necesaria desde el ’83, a pesar de los intentos de algunos.
Coincido totalmente con lo que usted expresa en los documentos, e interpreto que su propuesta de “redefinir de pies a cabeza la idea del Estado presente y llevarlo a asumir un objetivo central” apunta a una actualización doctrinaria.
Esta es una tarea que necesariamente se debe hacer con el pueblo. Para ello es necesario contar con cuadros que cotidianamente estén junto a él. Hay muchos jóvenes que ya están trabajando y otros que están dispuestos a incorporarse, pero carecemos de una conducción política que se haga cargo de esta tarea, ya que la buena voluntad es insuficiente.