ESTADOS UNIDOS, PUERTAS ADENTRO
Los países que estamos hace décadas muy influenciados por la política exterior norteamericana conocemos más sobre su acción directa aquí y en la región, que sobre la lógica que se aplica allí para administrar la comunidad nacional.
Por lo dicho en un documento anterior ( Los derechos de un gobierno), considero de gran utilidad entender cómo se orienta la política económica de ese país hacia dentro de sus fronteras.
Cuales son sus metas explícitas, a que herramientas apela, con qué resultados y por qué.
Trataremos de analizar esto, extendido a un período suficientemente largo para que a pesar de algunas diferencias grandes de contexto entre los dos países, las conclusiones nos sirvan para fortalecer alguna línea de pensamiento aquí, que nos ayude a salir de esta inercia dependiente, de fuerte inequidad.
Por lo tanto, veremos el período 1945 a 2010, desde la inmediata posguerra mundial a poco tiempo después de la burbuja financiera de 2008. Como fuente de información básica he elegido el excelente libro Pivotal Decade, de Judith Stein (2010).
EL PUNTO DE PARTIDA
En 1945 la población norteamericana era mucho más pudiente que la de otras naciones. Sin embargo, sólo 54% de las familias tenían auto y sólo 44% era dueña de su casa. Más del 40% de la población vivía bajo la línea de pobreza.
En una generación – hasta 1970 – se llegó a que había tantos autos particulares como familias, que el 63% era dueña de su casa y la pobreza era solo del 10%.
El ingreso del 20% más pobre creció 116% en el período, mientras el 20% más rico creció el 86% y el PBI creció al 4% anual en el período.
Se habla de “La Gran Compresión”, señalando que la distribución del ingreso fue el elemento más destacado.
¿Cómo sucedió?
Pues siguiendo las ideas de John Maynard Keynes, el economista británico que inspiró a Franklin Delano Roosevelt para recuperar la economía del país en el período anterior a la guerra mundial.
La tesis que se demostró correcta era que la economía de mercado no tiene mecanismos automáticos que permitan llegar al pleno empleo. Aunque los salarios caigan, en algún momento las perspectivas de ganancia no mejoran y por lo tanto, los empresarios no invierten.
Keynes inventó la macroeconomía y en ese estudio entendió que el gobierno puede aumentar el gasto o reducir impuestos, para generar más inversión privada que haga crecer el empleo.
Keynes sostenía que el desempleo masivo era injusto y una amenaza a la sociedad civil libre y a la civilización.
Paul Samuelson dijo en ese tiempo: “ Mediante una adecuada elección de política monetaria y fiscal nosotros, como los artistas, mezclando los colores de nuestra paleta, podemos tener la formación de capital y el aumento de capacidad de consumo que deseemos”.
El desempleo llegó al 3.9% en 1969.
En 1965, la revista Time nombró a Keynes el hombre del año.
Lo importante de entender es que se alcanzaron esas metas, habiéndolas definido explícitamente como tales. Las políticas monetarias o fiscales o financieras fueron instrumentos para llegar donde se llegó. No fueron en ningún momento objetivos que luego derramaran bienestar de modo inercial o automático.
Esto es especialmente relevante en tanto que además de achicar la brecha entre ricos y pobres, Estados Unidos debió crear mercado externo, para sostener el ritmo de crecimiento pretendido, ya que Europa y Japón estaban devastadas.
En 1950 el PBI per cápita de Japón era igual al de EEUU en 1850.
En 1973 era allí el mismo de EEUU en 1963 e igual al de Europa Occidental.
En 1950 el ingreso per cápita de Europa Occidental era el 40% de los niveles norteamericanos. En 1973 ya era el 70%.
Todo eso con el estímulo de los subsidios de EEUU, incluyendo una política de absorber importaciones de productos que competían con los locales, para dinamizar el comercio internacional.
Los estados europeos, de tal modo, hasta fueron dueños de industrias clave. A pesar del espectacular aumento del PBI, se restringieron los aumentos de salarios y de reparto de utilidades, para priorizar la inversión.
Se planificó la economía, tanto en Japón como en Europa, como se hizo en EEUU.
El escenario descrito, salvando todas las distancias necesarias, fue como si Argentina basara su crecimiento y la mejora popular, en desarrollar especialmente la producción del Norte Grande y de la Patagonia, de manera planificada y con fuerte impronta industrial, para achicar la brecha con CABA y Buenos Aires.
Volviendo a EEUU, esa confianza en crecer usando la expansión del resto del mundo central, se fundaba en que en 1945 tenía el 70% del stock de capital y el 60% de la producción de todo el mundo central. Hasta fines de los ´60, la suma de las importaciones y exportaciones de EEUU representaba solo 8 o 9 % de su PBI. El país más cerrado del mundo, aunque tuviera puertas abiertas.
Tan rápido aumento de la prosperidad general produjo cambios en el análisis de la sociedad. En dos planos:
- Varios influyentes escritores concluyeron que los históricos conflictos entre capital y trabajo habían sido resueltos.
- Los líderes políticos se desembarazaron del viejo concepto de que siempre habría pobres. Lyndon Johnson promulgó en 1964 la ley de Oportunidades Económicas y declaró la Guerra a la Pobreza. Se consideró que se debía eliminar la paradoja de la existencia de pobreza en medio de la abundancia.
Se reitera, para nuestro análisis argentino: Esos fueron objetivos explícitos de la política. Estuvieron por encima de cualquier equilibrio macro, que, por otra parte, pasó a ser discutido solo hacia el final del período. por razones que pasan a explicarse.
LAS LIMITACIONES
Ese panorama de aumento del bienestar general acompañado de una mejora en la equidad distributiva, comenzó a flaquear por más de una razón:
- La estrategia de crear mercados externos para expandir la economía propia, no pudo evitar lo obvio: no solo se crearon mercados sino también competidores. Japón, Alemania, Francia y el resto de Europa, con matices, a medida que recuperaron su dinámica productiva, protegieron su mercado interno y además buscaron exportar al gran mercado de consumo que era y es EEUU.
- Los aranceles para importar a Europa indujeron a muchas empresas norteamericanas a trasladar unidades productivas allí, para mantener el acceso a ese mercado, lo cual agravó los problemas comerciales de la metrópoli.
El superávit comercial se evaporó. En 1971 produjo el primer déficit comercial desde 1893 y a partir de entonces el déficit no hizo más que aumentar, con la única excepción de 1975. Ese déficit fue financiado con dólares emitidos por el Tesoro y esta condición de moneda fuerte reconocida en las transacciones comerciales pasó a convertirse en condición de sustentabilidad del comercio internacional tal como quedó estructurado en ese momento.
En un escenario que anunciaba modificaciones estructurales importantes, interesa destacar varias cosas.
El Presidente era Richard Nixon, republicano y conservador. Sin embargo, su lógica era tan keynesiana como la de sus predecesores demócratas.
No solo se auto tituló así, sino que siguió sosteniendo que su meta era mejorar la equidad distributiva, como frases tales como: “Nunca conseguiremos que los impuestos sean populares, pero podemos conseguir que sean justos”.
Consideró que el desafío no era librarse del estado y liberar las fuerzas del mercado, sino “hacer al gobierno eficiente”.
Ante los problemas de cuenta corriente, ni Nixon ni sus asesores argumentaron que debería buscarse el equilibrio deflacionando la economía, produciendo una recesión que redujera las importaciones.
Se preocuparon ante todo de la desocupación y de la inflación, para lo cual establecieron acuerdos de congelamiento de precios y salarios y desgravaciones impositivas para estimular la inversión grande o pequeña. Como medida cumbre, que marcaría toda la política financiera mundial de allí en más, se abandonó el respaldo en oro de la paridad cambiaria, habilitando a la variación de esa paridad como una medida de política financiera que podía ser usada para combatir la inflación y/o para expandir las exportaciones industriales.
Ese nuevo escenario global, en que aún los más veteranos administradores públicos del mundo debieron entender las nuevas circunstancias y adaptar sus recomendaciones, permitió salir de las rigideces del patrón oro – hecho inevitable – pero a la vez fue un escalón no menor en el ascenso al poder del capital financiero, lo cual refleja en todo tiempo la incapacidad del capitalismo de invertir productivamente sus excedentes, junto con la voluntad de acopiar patrimonio sin agregar valor alguno, en una puja de suma cero sin final a la vista.
Después de la recuperación de la infraestructura productiva destruida en la segunda guerra mundial, se reinició la carrera por la concentración global, que se efectivizó primero con el liderazgo de las corporaciones productivas norteamericanas; luego con la internacionalización de sus finanzas; hasta llegar a la caída del muro de Berlín en 1989, que creó la pasajera fantasía de un mundo unificado, conducido por un puñado de capitalistas.
Para fortalecer esa tendencia, se necesitaba una teoría económica que criticara y superara al keynesianismo, adoptado por gran parte del arco político en el mundo central.
Acompañando al poder financiero emergente, el monetarismo comenzó a percolar en la academia económica desde 1962, cuando Milton Friedman publicó Capitalismo y Libertad.
Esta escuela consideró la cantidad de dinero como la variable clave de una economía y sostuvo que la inflación es enteramente un fenómeno monetario.
Este concepto, del cual se deriva toda la propuesta, saca las decisiones de las manos de la política y pone a cargo a quienes crean dinero: los Bancos centrales – a los que se reclama sean independientes de la política, justamente – y del sistema financiero, multiplicador del dinero a través del crédito y muchos otros mecanismos.
La política, así sea en genuina representación de las mayorías, pasa a ser demandante – cliente, podríamos decir – del poder real, que es el financiero. De eso trata: de la puja entre espacios que legitiman el poder de actuar sobre el conjunto.
Es así de simple. Se creó una teoría que pone el destino de una comunidad a depender de una variable monetaria, que debería manejarse con reglas estrictas e impersonales.
Todo debería condicionarse a esas reglas. La política social, que fue prioridad, por caminos variados a lo largo de la historia, quedaría en tal caso subordinada a las reglas monetarias.
QUÉ PASÓ LUEGO
A la inversa del ciclo previo, con presidentes republicanos que aplicaron naturalmente la lógica keynesiana, desde el gobierno demócrata de James Carter, iniciado en 1977, la instalación del monetarismo como pensamiento dominante estuvo por encima de la distinción política de demócratas y republicanos.
A J. Carter le sucedieron 16 años de gobierno republicano con R. Reagan y G. Bush, luego la alternancia entre W. Clinton, G. Bush (h), B. Obama, D. Trump y J. Biden, con la instalación progresiva del gobierno de las reglas monetarias y financieras – que significa el poder financiero – por sobre la atención prioritaria de las necesidades comunitarias.
En 1973, durante el gobierno de R. Nixon se produjo el primer aumento sustancial del petróleo por parte de los principales países petroleros, que buscaban actuar coordinadamente. En 1978 se produjo el segundo shock.
En el primer cimbronazo, el gobierno trató de mantener el poder adquisitivo popular admitiendo algo de inflación y propiciando acuerdos de precios y salarios.
En el segundo, el monetarismo prevaleció. Se trató de frenar la previsible inflación con un fuerte aumento de la tasa de redescuento de la Reserva Federal a los bancos, para provocar un enfriamiento de la economía. Se generó recesión, pero no bajó la inflación.
Como predijo Robert Solow, economista del MIT, reducir la inflación estrujando la economía es posible, pero con un costo desproporcionado. “Es quemar la casa para asar un cerdo”.
Determinar las decisiones económicas con la tasa de interés, de tal manera, logró que todos los países hicieran lo mismo y que la especulación financiera arbitrando tasas fuera la única ganadora.
Se llegó a oscilaciones tan bruscas como que en abril de 1980 la cantidad de moneda se redujo en un 17% y en agosto del mismo año creció un 23%. Tanta incertidumbre y la violenta variación de tasas produjo solo especulación, más que inversión.
Resultado: J. Carter perdió las elecciones y fue el primer presidente no reelecto en mucho tiempo.
Llegó R. Reagan y se instaló el poder financiero en el centro de la escena.
Se promovieron los servicios financieros y la inversión inmobiliaria y se dañó la industria.
De tal modo, se confirmó que la teoría económica que fundamentó la acción de gobierno era la formalización de un camino para beneficiar a un sector en detrimento del resto. No era una explicación de la conducta macroeconómica, sino la inducción de cierto tipo de conducta.
El nuevo catecismo era:
. Reducir la cantidad de dinero para eliminar la inflación.
. Terminar con las regulaciones.
. Reducir el gasto público para usar los recursos con más eficiencia.
. Establecer una gran reducción impositiva para las personas y las empresas, de manera de aumentar el capital disponible para inversión y generar trabajo.
A lo largo de cinco años se previó una reducción de impuestos por 750.000 MMusd.
Se esperaba un superávit de presupuesto de 28.000 MM. en 1986.
El plan, en cambio, produjo un déficit de 1.193.000 MM (1.193 billones de dólares).
Al comienzo, en 1982, se esperaba un crecimiento del PBI de 5.2%. En lugar de eso la caída fue mayor al 2%.
Para resumir: con la restricción monetaria se esperaba una reducción rápida de la inflación inicial (13.5% en 1980), lo cual se consiguió solo en dos años y al costo de 10.8% de desempleo, el mayor valor en 30 años.
Para peor: no se pudo demostrar que hubiera relación entre la cantidad de dinero y la inflación, siendo la baja de ésta más influenciada por la reducción del precio del barril de petróleo a un tercio y por la amplia oferta de alimentos.
En definitiva: Todos sabían que se puede eliminar la inflación con una recesión brusca. Lo que pasó a ser diferente a partir de 1979 es que quienes tomaban las decisiones estaban dispuestos a aceptar los costos.
El subproducto – más bien la consecuencia directa – del traslado del foco a las finanzas y la moneda, fue el aumento de la desigualdad, por dos razones combinadas:
- La capacidad de las corporaciones más poderosas para globalizar su actividad buscando menores costos y tomar ventajas en la concentración.
- La pérdida de productividad media de la economía interna de EEUU, al generarse el modelo de la “corporación hueca”, que retuvo en el territorio propio solo la conducción estratégica y los servicios comerciales.
Entre 1977 y 1989, la compensación promedio de un CEO creció 100%, mientras los salarios de especialistas en matemáticas y computación solo 4.8% y los de ingeniería cayeron 1,4%.
En 1992 asumió Bill Clinton en la recuperación de la presidencia por el Partido Demócrata, luego de 16 años. Su política sirve para confirmar el cepo ideológico que implantó el neoliberalismo después de 30 años de prédica.
Clinton tenía una puja interna en su equipo, en que una parte presionaba para recuperar una política industrial con aumento del valor agregado fronteras adentro, conduciendo a las corporaciones en ese sentido, más que detrás de la ganancia de corto plazo.
Se impuso la otra parte. Se aceptaron los resultados del mercado y del libre comercio, intentando mejor redistribución social sin cambiar la estructura productiva.
Parece conocido para nuestra política argentina.
Sin tener una propuesta alternativa para generar riqueza localmente, su esquema fue presa fácil de los halcones que insistieron en solucionar los problemas vinculando la calidad de vida estadounidense con el déficit presupuestario.
La política de trasladar las decisiones a los empresarios, propia del neoliberalismo siguió en plena vigencia.
La industria de servicios financieros consiguió que se aprobaran leyes que removieron todo obstáculo a su libre desempeño, dando rienda suelta a la imaginación sobre cómo hacer dinero sin producir.
La conclusión de la década fue consolidar la idea que la reducción del déficit y la liberalización del comercio, las finanzas y el tráfico de tecnología eran los ingredientes primarios de la prosperidad.
Se le dio forma a este catecismo y se diseminó internacionalmente como el Consenso de Washington.
Al cabo del siglo, la industria de servicios financieros representaba el 20% del PBI norteamericano, mientras la producción manufacturera solo el 12%.
CONCLUSIONES
Los sucesivos gobiernos estadounidenses desde hace casi un siglo han intentado administrar la evolución del capitalismo al interior de su país, que lleva a crisis de sobreproducción y baja de expectativa de inversión, con beneficios en manos de los capitalistas que no encuentran destino.
Así surgieron las propuestas de Lord Keynes luego de la crisis bursátil de 1929. Básicamente, el Estado reemplaza a la actividad privada como inversor de último recurso, en una gama de obras en beneficio comunitario, generando así la demanda que permite al resto de los actores contar con la demanda necesaria para retomar impulso.
Con variaciones, esa teoría fundamentó la reconstrucción de la economía del mundo central luego de la segunda guerra mundial y allí se inició un ciclo virtuoso que se extendió por más de 20 años, con beneficio general, porque la puja distributiva entre empleadores y trabajadores pudo canalizarse con orden, dada la afluencia de recursos.
La inercia del capitalismo se hizo evidente a principios de los ´70, con la competencia entre naciones; la rebeldía de los países productores de petróleo a seguir subsidiando el desarrollo de los países centrales; la enorme dimensión que volvió a tomar el capital financiero y las limitaciones del keynesianismo para involucrarse en la política productiva y en general en la microeconomía.
Los gobiernos de R. Nixon y G. Ford, aunque republicanos, marcaron el fin de la hegemonía del pensamiento con fuerte intervención del Estado, incluyendo congelamientos de precios y salarios y acuerdos internacionales de comercio equilibrado.
Desde entonces, progresivamente, el capital financiero tomó la conducción conceptual de la economía, asignando de manera aviesa los problemas de inflación y sus derivados, a los déficit fiscales. El monetarismo neoliberal se encargó de darle forma teórica a la manipulación de masas que eso implicaba y lo ha hecho exitosamente hasta hoy, invadiendo las cátedras universitarias y por supuesto llenando las oficinas de la burocracia.
La vocación de hacer dinero solo con dinero, sin agregar valor a materia prima alguna, ha ganado los medios, las discusiones, las voluntades aun de las clases medias o populares.
El volumen de dinero especulativo es ya varias veces superior al invertido en producción o infraestructura.
Los grandes bancos de EEUUU tienen aplicadas a burbujas especulativas tal dimensión de fondos que con un tercio o un cuarto de la suma destinada por uno solo de los primeros cinco bancos, se podría cancelar toda la deuda externa de un país como Argentina y reconducir su patrón de desarrollo de otra manera.
Obviamente eso depende totalmente de una concepción del mundo, que por ahora va en otra dirección. En lugar de las crisis bursátiles de hace un siglo, se ha destruído dinero con las inversiones en informática de hace 40 años; luego con inversiones inmobiliarias irrecuperables; finalmente se ha sistematizado esa eliminación del excedente de una manera horrenda: llevando adelante una tras otra guerras localizadas, donde se destruye la infraestructura local y se contrata luego a grandes corporaciones para que la reconstruyan.
Es la terrible paradoja de actualizar la idea de Keynes en que se sale de una crisis contratando gente para hacer pozos y luego contratando para taparlos.
Aquí es destruyendo países y luego intentando hacerlos de nuevo.
Mientras, el monetarismo explica el mundo económico, de la misma manera que se concebía la tierra antes de Copérnico. O sea: sobre bases falsas.
3.10.24
Excelente análisis..bien explicado y sintético para quienes no somos expertos e intentamos dilucidar cómo nos sigue condicionando el NORTE
Gcias.