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El poder de la producción. El trabajo industrial es el pilar del desarrollo nacional  soberano; su merma genera dependencia, pobreza y sometimiento. 

Existe una certeza política principal que nos debe aunar en la construcción de una organización  política nacional, popular y revolucionaria, que enfrente decididamente a los distintos proyectos de  administración de una Argentina colonial: La conquista del trabajo y la producción nacional que,  en otras palabras, significa la recuperación de la soberanía y la independencia económica. 

Más allá de las notables diferencias que existen entren las expresiones políticas que gobernaron la  Argentina en los últimos cuarenta años, existió, y existe, un denominador común, una política de  Estado, que se mantuvo estable en todo el período, gobierne quien gobierne: la vigencia del  modelo exportador y, por ende, la ausencia de un proyecto de industrialización nacional. 

El Modelo Exportador, asesino del trabajo nacional. 

Antes del cambio de matriz productiva que vino a imponer la dictadura cívico militar de 1976, la  Argentina producía bienes y servicios, principalmente, para su mercado interno, y exportaba sus  excedentes de producción a fin de adquirir divisas para reinversión, desarrollo, como también para  la compra al extranjero de los pocos bienes que no se producían localmente. 

Ese modelo productivo se caracterizaba por ser una economía mixta: El Estado ocupaba los  sectores estratégicos con el objetivo de garantizar la protección y fortaleza del mercado interno,  donde el empresario privado se desarrollaba produciendo y generando trabajo genuino. A su vez,  se trataba de un modelo agrícola, ganadero, pero también industrial, que hacia foco en el  autoabastecimiento de la mayoría de bienes y servicios que el pueblo argentino consumía con el  fin máximo de asegurar la independencia económica sobre la producción y moneda extranjera. De  esta manera, se lograba que el conjunto de la población económicamente activa disponga de un  trabajo formal, con un ingreso básico, jubilación, y derechos laborales asegurados. 

Todo eso vino a destruir la dictadura, a fin de instalar un modelo de explotación que solo beneficia  a corporaciones transnacionales, en alineamiento irrestricto con los intereses geopolíticos de los  Estados Unidos. Así, con los gobiernos democráticos como cómplices necesarios del industricidio,  específicamente en la década del 90, se consolidó el liberalismo colonial mediante privatizaciones,  y cierres de fábricas, que excluyeron al Estado de su rol de planificador y regulador de la  economía. Desde ese preciso momento, se liberó el comercio exterior argentino al dominio  transnacional y se adoptó un perfil netamente agroexportador en detrimento del mercado interno  y, por lo tanto, de la industria y el trabajo local.  

Los datos del comercio exterior son elocuentes y explican claramente la profundización del  modelo exportador y, en consecuencia, la brutal caída del trabajo nacional: Hacia 1980, el monto  de exportaciones era de 8,021 millones de dólares y pasados 42 años de esas políticas, aumentó  más del 1,100%, a 88,445 millones. Sin embargo, el enorme aumento de divisas (que generó un  superávit comercial de 220,000 millones de dólares en ese período) no se tradujo en desarrollo  económico y social; por el contrario, la apertura de importaciones ocasionó que la ocupación  formal cayera de 77,4% a 40% de la población económicamente activa. Los resultados a la vista:  Un gran aumento del ingreso de dólares, y una drástica caída del trabajo. 

¡Por esto es que el problema de la Argentina no es de escasez de divisas! Es el modelo  productivo, la liberación y la extranjerización de su economía. 

El modelo exportador supone un crecimiento económico en base a lo que el mercado global y las  potencias económicas determinan para nuestra región: el aumento de las exportaciones primarias  o con poco valor agregado (granos, cereales, forraje, energía, minería, alimentos). Este principio  trae aparejado un aumento natural de las importaciones y, por ende, una destrucción sistemática  del trabajo local.  

Sucede que, todos los países del mundo tienden a comerciar de manera equilibrada en dólares con  su contraparte para que esa relación no genere insuficiencia de divisas en su economía. A modo de  ejemplo, si la Argentina vende 100 millones de dólares en porotos de soja al extranjero, en su  cadena de producción emplea a menos de 200 trabajadores. Sin embargo, cuando por el mismo  importe Argentina compra automóviles al extranjero, en la industria y empresas proveedoras del  país de origen se emplean a 3,000 trabajadores. El resultado de la relación comercial es una  igualdad en divisas, pero un quebranto exponencial en puestos de trabajo. A groso modo, de esta  manera funciona el mundo de las relaciones comerciales bilaterales.  

Por lo tanto, cuando la Argentina busca acrecentar sus exportaciones de materias primas al  mundo, en simultáneo abre sus puertas al ingreso de otras mercaderías que, en su enorme  mayoría, son productos manufacturados de origen industrial. Así, el mercado interno argentino se  inunda de productos extranjeros que imposibilitan el desarrollo de la industria local. Es imposible,  para una empresa que recién comienza a producir, o para cualquiera preparada para abastecer un  número de pobladores acotados, competir con un gigante transnacional del mercado global. 

Toda industria que se desarrolla exitosamente, nace y crece a partir de la protección de  mercado. 

Continuando, y para acentuar el énfasis exportador, se implementa una política de debilitamiento  del mercado interno con el objetivo de bajar el consumo local y, así, aumentar los saldos de  producción disponibles para la exportación. Esto se lleva a cabo a través de la liberación y  dolarización de los precios de bienes y servicios de la economía doméstica, y se complementa con  una constante pérdida de poder adquisitivo mediante un proceso inflacionario que supera los  aumentos salariales. En otras palabras, el ajuste es una parte fundamental de la política dirigida al  aumento de las exportaciones y la inflación no es un error, es funcional a ese objetivo

Al mismo tiempo se validan estafas, “deuda externa”, a fin de justificar el ajuste fiscal y  estrangulamiento del mercado interno que el modelo exportador requiere y, se permite (por la ley  de inversión extranjera vigente desde la década del 90) la fuga de capitales para que el excedente  de divisas no quede dentro del país y que solo sirva para engordar las abultadas cuentas de las  corporaciones que explotan nuestros bienes comunes naturales. 

Así funciona el modelo exportador, asesino del trabajo nacional, que todo el arco político  nacional defiende y promueve de distintas formas.

La consigna es: Patria industrializada o colonia dependiente 

Al modelo de saqueo, que gobierna nuestro suelo, debemos oponerle un proyecto de  industrialización, y desarrollo, que tenga como objetivos recuperar la soberanía nacional, alcanzar  la independencia económica y conquistar la justicia social. 

En principio, resulta indispensable un proceso de industrialización por sustitución de  importaciones para recuperar la producción nacional que fue destruida por la incesante apertura  comercial. El control del comercio exterior es indispensable para esto y requiere órdenes directas  del Estado Nacional. Aduana privada, empresarios importadores, oligarquía transnacional y sus  cipayos socios locales nunca lo hicieron, ni lo harán, por sí solos. 

El crecimiento de nuestra industria y producción es el factor determinante para independizarnos  de los factores externos que generan dependencia política y económica.  

El comercio exterior argentino, actualmente, importa más de 7.000.000 de puestos de trabajo a  razón del equivalente en pesos de 10 dólares la hora (promedio superior de pago de mano de obra  calificada). Analizando por rubro dichas importaciones, podemos identificar los sectores a sustituir  para ahorrar divisas, desanclar los intereses extranjeros de la política económica nacional y,  principalmente, terminar con el flagelo de la desocupación y la precarización laboral creciente. 

Dirigiéndonos al detalle por rubro de importación del último año, podemos ver que la gran  mayoría corresponde a manufacturas industriales y que el 21% de ellas pueden clasificarse como  “bienes de baja complejidad de sustitución”, dado que la Argentina cuenta con la capacidad  instalada ociosa y mano de obra calificada para su producción. Estos, suman un total de 11,994  millones de dólares, equivalentes a 1.279.000 puestos de trabajo. Los rubros más destacados son: 

– Industria Automotriz (Automóviles y Autopartes): 575.680 puestos de trabajo. – Material Eléctrico y Electrodomésticos: 143.147 puestos de trabajo. – Industria Química, Laboratorio y Farmacia: 199.680 puestos de trabajo. – Industria del Plástico, Caucho y Papel: 150.933 puestos de trabajo. 

Otro claro ejemplo claro del problema a resolver, es el déficit de la balanza comercial generado  por la industria automotriz: 10 mil millones de dólares. El 65% de componentes de los autos que  se venden en el país se produce en el exterior y solo el 35% localmente. Entonces, por cada 10  salarios que se pagan por el comercio de la industria automotriz, 3,5 son en el país y 6,5 en el  extranjero. 

Aunque de menor volumen, otros rubros de importación de mayor simplicidad resultan de igual  importancia en el proceso de sustitución de importaciones. 

Recuperar la soberanía política (decidir que entra y sale de nuestro territorio) es el primer paso  para lograr la independencia económica (producir lo que hoy importamos del extranjero) y  alcanzar la anhelada justicia social (trabajo de calidad para todos los argentinos).

Sí, hay Plata 

Las mentes colonizadas por la cultura del sometimiento, que imponen los medios de comunicación  y las falsas “redes sociales”, repiten a coro que no hay plata en la Argentina para pensar en  proyectos endógenos de desarrollo industrial o en salidas soberanas sin dependencia de la  inversión extranjera. Eso es una absoluta mentira. 

Sin ir más lejos, los datos oficiales del INDEC (que no contemplan la enorme evasión, el tráfico  ilegal ni la brutal subfacturación de exportaciones) declaran que en los últimos 40 años existió un  superávit comercial de 220,000 millones de dólares que, a causa de la legalización de la fuga de  capitales y el pago de deuda externa espuria, se esfumaron del país sin dejar un solo centavo a la  producción, ni el desarrollo nacional. Esto quiere decir que, en condiciones soberanas, la Argentina  es un país rico en divisas, producto de su capacidad productiva y bienes comunes naturales  altamente demandados por el mundo. 

Al mismo tiempo, poniendo un ojo sobre el potencial productivo de la Argentina para generar más  trabajo, que redunda en ahorro de divisas por menores importaciones, podemos ver que  contamos con un 50% de nuestra capacidad instalada industrial en condiciones ociosas (¡nos falta  trabajo al mismo tiempo que nuestro aparato industrial está se encuentra paralizado!). A su vez, el  ahorro nacional, que debe ser el motor para las inversiones productivas, diametralmente opuesto  a lo que el interés nacional indica, se encuentra dedicado exclusivamente a la especulación  financiera. Actualmente, lo depositado en instrumentos financieros en los bancos, suma más de 9  billones de pesos cobrando una tasa de interés superior a 40% anual. Ese enorme volumen de  dinero no tiene contacto alguno con la economía real y genera un gasto al tesoro, por intereses,  de 4 billones de pesos anuales; mientras se denuncia que no hay plata y se generan recortes en  jubilaciones, educación, salud e inversión social. 

A la vista está, que mientras el pueblo argentino sufre la crisis, el mundo financiero, totalmente  desligado de la economía real, sigue obteniendo abultadas ganancias. Pero también queda  expuesto que, de tomar la decisión política de administrar esos recursos, contamos con los fondos  suficientes para afrontar los problemas urgentes de la coyuntura y orientar el ahorro nacional a un  modelo de desarrollo productivo que genere puestos de trabajo genuinos. 

Si hacemos foco en la reconversión del sistema productivo, esos fondos alcanzan para dar inicio a  las inversiones de capital que requiere el proceso de industrialización. Por eso, una propuesta de  nacionalización, y administración centralizada, de los depósitos bancarios no es en absoluto  extemporánea, sino que, por el contrario, es totalmente lógica, justa, necesaria y urgente.  Recuperar el rol del B.C.R.A. como Banco de promoción y desarrollo resulta imperativo para  orientar el caudal de dinero, hoy destinado a la especulación financiera, al crédito a la inversión  con fines productivos.  

La plata está; lo que falla es la política nacional que se encuentra sometida a los designios de  quienes verdaderamente nos gobiernan.  

El trabajo, algo más que una cuestión económica 

Militar y encarnar un proyecto político que ponga al trabajo como centro es mucho más que la  respuesta soberana y económica que nuestra Patria necesita. Porque lo que el trabajo representa,

supera ampliamente la meta de ser la herramienta para satisfacer nuestras necesidades básicas.  Es el pilar del desarrollo del individuo, la familia y la comunidad toda. Sin la organización de la  comunidad en base al trabajo sucede lo que ocurre a partir de la década del 90: la organiza el  paradigma de la desocupación. Desigualdad, delincuencia, adicciones, violencia en general, son  hijos, horribles pero genuinos, de la desocupación. Por ende, tampoco hay desarrollo suficiente de  la persona si permanece subordinada a la ayuda social. 

El trabajo debe ser para todos, porque nadie se realiza en una comunidad que no se realiza. No  hay éxito individual suficiente en un contexto social injusto. La carencia de solidaridad y amor son  producto de un entorno desigual y violento. El trabajo, el pleno empleo de los argentinos, y los  valores que conlleva, son la solución profunda de muchos males y la única forma de alcanzar la  justicia social. 

Hay que planificar la demanda política de nuestro Pueblo y las fuentes de trabajo que la satisfagan  mediante un proyecto de industrialización nacional. 

Unirnos detrás de proyectos concretos, con consignas claras y contundentes que nos permitan  salir por arriba de este laberinto colonial, es lo que nos permitirá construir la organización política  popular para dar la batalla urgente por la liberación y el desarrollo nacional.  

Rodolfo Pablo Treber

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