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por Enrique M. Martínez

La esencia misma del capitalismo invita a una competencia de todos contra todos, poniendo al individuo como eje excluyente e imaginando que cada uno evoluciona a través de conflicto tras conflicto con otras personas.

La figura del Estado aparece en ese escenario como un inevitable administrador de aquellos problemas que no se puedan resolver a través del mecanismo que se recomienda: convertir a toda acción en algo que se pueda comprar o vender.

Que el trabajo, la tierra, la tecnología, sean una mercancía que el capital puede comerciar o atesorar, no evita dejarle a un ente específico – el Estado – la obligación de encauzar las cuestiones en que el choque de intereses adquiere dimensión comunitaria y define límites de supervivencia, modos de vida, la trascendencia entre generaciones. O sea, aquellos temas que obligan a aceptar que la competencia no resuelve todo. 

En momentos de crisis social tan profundos como vive la Argentina, es necesario reiterar el orden de prioridades que la cultura capitalista machaca sobre nuestra subjetividad.

Yo estoy primero. 

Si gano en la puja, trato de afirmarme, con ventajas que busco descubrir en cada escenario. 

Si pierdo, sobre todo si pierdo mal y mi horizonte se hace cada vez más gris, el Estado es el responsable institucional y también cultural de darme una mano.

Si esa mano no aparece o si me dicen que lo intenta, pero fracasa, adquiero el derecho de quejarme, de repudiarlo, de reafirmar mi yo contra todo el sistema vigente.

El Estado presente

Los intentos de usar el Estado para corregir la evolución inercial del capitalismo y evitar perjuicios a los más débiles en la puja referida, deben ser analizados en el contexto descrito. 

En 1916 se creyó que bastaba iniciar el camino del voto universal y secreto para mejorar la representación social en los cuadros públicos. No fue suficiente.

En 1945 se inició otra etapa, en que se agregó a la mujer como protagonista en las urnas y en el gobierno; se amplió el espectro de derechos legales de los trabajadores; se sumó al Estado como actor productivo y comercial, además de su rol de administrador de conflictos y protector de los más débiles.

En un escenario de fuerte tensión con los ganadores históricos y contra la mirada estratégica de EEUU como poder imperial, el intento funcionaba, al punto tal que hubo que apelar a la violencia para interrumpirlo y se inició una etapa de casi 40 años de reiteración de esa violencia, hasta recuperar el derecho más básico, el del voto universal y secreto.

En 1983 y hasta hoy, las condiciones de contorno habían cambiado y con ellas se había modificado la subjetividad de gran parte de la población argentina.

La inercia concentradora del capitalismo agudiza a la vez la inestabilidad de las perspectivas individuales y la exclusión.

No es para nada casualidad, que el primer sistema de distribución de alimentos a comedores comunitarios haya comenzado en ese momento, con mutaciones y ampliaciones posteriores hasta hoy.

Transitamos otros 40 años en que la política social cambió los procedimientos y los alcances, pero a pesar de las modificaciones en la ideología del Estado nacional, mantuvo un objetivo común: atenuar las consecuencias de la exclusión sobre los sectores más afectados.

La distribución de alimentos; la farsa de la promoción de  micro emprendedores del menemismo; la asignación universal por hijo; el salario social complementario, todos tuvieron el mismo objetivo declarado.

Reducir los efectos del problema. En ningún caso eliminar su causa. 

Es legítima la sensación popular que lleva a considerar virtuosa la reducción de la pobreza desde el 50% a la mitad por la gestión 2003/15. Sin embargo, la fragilidad de la mejora se advierte cuando a fin de 2023 se había revertido buena parte de la mejora. Y en tal caso reaparece el Yo defraudado.

El Estado Presente de 1916 no modificó la tendencia capitalista.

En 1945, por el contrario, creó un sistema de relaciones de producción que debió ser devuelto por la violencia al cauce deseado por los ganadores de la inercia previa.

Desde 2003 al 2015 se modificó la distribución del ingreso sin alterar las relaciones de producción y por consiguiente, sin acumular fuerza social para conseguir estabilizar esa forma de intervención. No fue necesario el golpe militar. Alcanzó con el desaliento y/o la manipulación mediática de una multitud de individualidades sin vocación comunitaria, que fueron a votar por quimeras, o en aparente defensa propia, cuando su situación personal era más solvente.

El curso posible

Hay algunos principios básicos sobre los que respaldar un curso de acción política exitosa a favor de la equidad, tanto en materia electoral como en el plano de las concreciones. Tales bases son de ética política, regada por la experiencia de al menos los últimos 80 años.

Primero: El Estado Presente es un componente imprescindible. No hay autorregulación posible en el capitalismo actual.

Segundo: No es posible un Estado exitoso si actúa con independencia de la comunidad, distribuyendo bienes y servicios que intenten atenuar la exclusión y la pobreza. Por el contrario, es condición necesaria que las acciones tengan por resultado final transformar relaciones de producción y distribución, gestándose en conjunto y con fundamento que asegure la sustentabilidad.

Tercero: El individualismo es un obstáculo generalizado para instalar políticas públicas. La cooperación, la solidaridad, las transferencias entre sectores con diferente posición económica, no son valores que se puedan reivindicar como existentes a priori. Un nuevo tejido social será el resultado de políticas en que los actores involucrados se beneficien más que en el aislamiento que propone el capitalismo.

Cuarto: Con las tres condiciones de contorno antedichas, el Estado Presente debe tomar permanentemente la iniciativa, con propuestas categóricas que no signifiquen mero maquillaje al status vigente ni por el contrario construcciones teóricas de relaciones de producción como si se estuviera inventando una nueva nación.

Debe ser posible discutir en términos concretos la creación de un stock de viviendas sociales de alquiler; una nueva banca de ahorro y préstamo sin fines de lucro; cadenas de valor alimenticias sin intervenciones especulativas ni oligopolios; gratuidad de sistemas de transporte; servicios públicos brindados a costo de producción más un beneficio razonable, con precios independientes del mercado internacional; un fondo soberano de inversión con las ganancias petroleras y mineras; un escenario de producción agrícola sin retenciones; una nueva estructura impositiva que grave con fuerte progresividad al lucro a la vez que premie el servicio social; un concepto único de la administración de divisas que elimine la cultura bimonetaria. 

Cada una de esas ideas tiene directo fundamento en la equidad social y necesita que se la conecte con un mínimo de variables macroeconómicas para mostrar su viabilidad ejecutiva. 

Por allí es que aparece el proyecto popular propio, abandonando la penosa práctica de demostrar hasta el hartazgo que la propuesta de la derecha es inviable, desde una resistencia endeble que entrega a los compatriotas en brazos de aquellos a quienes se critica, pero a la vez se señala que son los que tienen el poder sobre nuestras vidas.

Quinto y final: La conclusión de una tarea que ponga esperanza nueva en la comunidad debe ser alcanzar la convicción que el Estado Presente nos tiene a todos y todas como protagonistas, con derechos indelegables. De tal modo, las acciones de cercanía tendrán el mismo fundamento que las municipales, provinciales o nacionales.

Habremos llegado a que el pueblo no necesitará preguntar.

Sabrá de qué se trata.

5.11.25

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