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Difícilmente se encuentre algo que simbolice con más nitidez la exclusión social que un comedor comunitario.

Es la expresión de la dificultad para alimentarse en un ámbito familiar, lo que muchos siglos de civilización han instalado como un componente básico de la vida en el planeta. 

Sea por la razón que sea, su existencia marca que tenemos un problema. Ni que decir cuando los comedores comunitarios se multiplican por miles.

¿Cómo es percibido ese problema en la sociedad?

Los necesitados lo ven como una imprescindible tabla de subsistencia. 

Los que administran cada comedor, seguramente lo ven con la angustia propia de tener que suministrar comida a decenas o centenares de compatriotas, con la permanente inseguridad de contar con los recursos necesarios.

El resto de la comunidad, en círculos concéntricos más y más alejados del contacto cotidiano con el ámbito, ¿por qué debería ocuparse y qué podría hacer, en tal caso?

En estos tiempos, todos tenemos razones para desvelarnos.

¿Por qué hacerlo por algo que no parece afectarnos en forma directa y que además el imaginario colectivo nos dice que se resuelve con plata, que es lo que nos falta un poco a todos y todas?

Se me ocurren varios motivos.

  1. No hay medida más inmediata de una crisis, aparte del efecto en nuestros propios bolsillos, que está distorsionado por nuestra subjetividad, que la concurrencia masiva a comedores comunitarios. No tomarlos en cuenta sería como cruzar avenidas con los ojos cerrados en horario pico.
  2. No existe una evaluación sistemática de las razones por las que compatriotas van al comedor comunitario. Averiguarlo, explicarlo, es una tarea esclarecedora para el horizonte social.
  3. Más allá de lo conveniente, es imprescindible entender si el mejor funcionamiento de un comedor y su evolución hacia un futuro espacio de elaboración de alimentos para toda la comunidad depende sólo del capital disponible. En forma inmediata, queda claro que además es necesario aplicar tecnología, tanto productiva como organizativa, para asegurar que cada peso aplicado tiene el mayor rendimiento posible. Esa tecnología hay que buscarla y usarla allí.
  4. Los usuarios del comedor no tienen dinero. Los administradores seguramente tienen escasez crónica de capital. Los que se interesen en el tema, es poco probable que nademos en abundancia. En consecuencia, esta debilidad comunitaria no puede cubrirse aplicando “excedentes”; sólo puede encararse apelando a alguna forma de reorganización de la vida comunitaria que implique mejorar la eficiencia del uso del dinero en algún concepto, tal que esa mejora pueda aportar recursos al comedor. Hay que pensar esto y pensarlo mucho, porque se trata de modificar hábitos culturales y sociales.

Podríamos seguir con agujeros negros de variada dimensión. También podríamos decir que los temas a resolver los debe encarar el Estado, en sus diversos niveles.

¿Y si el Estado, por lo contrario, está controlado por quienes creen que cada uno debe arreglarse como pueda?

Pues si eso es así – hoy es así – la reacción comunitaria, a la escala que se pueda implementar, debe procurar que nos arreglemos colectivamente. 

Consumo Popular Organizado, producto de la Asociación Civil Construcción Colectiva, está en ese camino. Y en consecuencia, buscamos dar respuesta a cada uno de los cuatro interrogantes que aparecen detallados más arriba. A los cuales se agrega un quinto: ¿Cómo convertimos nuestra tarea en realmente colectiva, sumando la mayor cantidad de voluntades posibles?

Hemos hecho algunas cosas.

  1. Acercarnos a un acuerdo con la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), que administra gran cantidad de comedores comunitarios. Hemos recibido un listado de 10 comedores, en 5 partidos diferentes del AMBA, para iniciar allí un plan piloto.
  2. Contar con un grupo de técnicos con experiencia probada en organización del trabajo, para resolver aspectos tecnológicos de la producción de alimentos en pequeña escala.
  3. Comenzar una tarea muy laboriosa pero ineludible: Convencer a ciudadanos que se agrupan por motivos diversos (clubes, asambleas barriales, sociedades de fomento, bibliotecas populares, cooperativas de trabajo o producción) para que se unan, además, transfiriendo sus consumos de productos de almacén a CPO, comprando individualmente, pero dando como lugar de entrega un punto común.

Eso genera para CPO un ahorro de flete importante (10/12% del valor de cada consumo), que CPO ha de transferir en mercadería a uno de los comedores piloto definidos por UTEP.

O sea: grupos comunitarios aportan a comedores populares sin que nadie – salvo CPO- haga un gasto extra. En realidad, por lo contrario, seguramente los consumidores reducirán el valor de su compra, comparada con sus canales habituales.

Se tratará solo de un modesto cambio de hábitos, con un valioso resultado social.

  1. A mediano plazo, pero comenzando ya, prevemos colaborar para que un grupo de escuelas agrícolas de la PBA se conviertan en proveedoras populares de hortalizas, algunas frutas y carnes de cerdo, ovino o vacunos. Parte de esta futura provisión podrá ser canalizada a comedores populares, con importantes reducciones de costo. Este trabajo ya está iniciado, con 10 escuelas como primer módulo.
  2. Finalmente, estamos tratando de informar a municipios de PBA sobre las tareas en marcha, para contar con su apoyo y promoción especial, sin aporte económico alguno.

QUÉ ESTAREMOS DEMOSTRANDO

Esencialmente, que desde el llano, con intervención pública sólo periférica, se pueden mejorar las relaciones al interior del tejido social y simultáneamente crear horizontes positivos para aquellos que están hoy soportando el mayor grado de exclusión imaginable. 

Enrique M. Martínez (ippenrique@gmail.com) – Coordinador de Consumo Popular Organizado (cpo.org.ar) – 30.5.25

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